2013, el año en el que, contra todo pronóstico, el mundo no terminó.
La ironía era haber intentado escapar de la ciencia ficción para, de repente, encontrarnos en el mundo real con una situación de ciencia ficción más compleja que ninguna que hubiésemos imaginado antes. Porque... pensémoslo un momento ¿qué es un mundo? ¿cuántos mundos caben en en esas cinco letras: m u n d o? ¿Qué es exactamente el fin? ¿Es posible, de manera radicalmente consciente, encender y apagar la vida?
2013, el año que no será recordado por ser aquel que jamás debió ser vivido tras el pronóstico maya, sino por ser la combinación numérica en la que nos invadieron las preguntas. Ante los últimos grandes acontecimientos que han detenido el sentido del mundo, preguntas. Preguntar como metodología ante la cada vez más imperiosa necesidad de pedir, como grito colectivo, tomarnos un minuto para un segundo. Las preguntas, y no las respuestas, nos han curado las heridas, como un aquelarre de lenguas impregnadas de ternura.
Hace pocos días, dos mujeres cuyas manos desenrollaban lana, que no era lana, sino toda una lucha, montaban una coreografía en la que primero por arriba, luego por abajo, otra vez arriba, luego con un choque, después una caricia, iban dibujando una verdad insondable: que lo que pasa no despasa. Políticamente –decía una amiga– no nos podemos permitir más tristezas. Y es verdad. Han pasado cosas, quizás demasiadas para nosotros que seguimos siendo obstinadamente pequeños, pero desmontar la frase “no hay nada que hacer” es el nudo en la bobina del pensamiento crítico. Y aquí estamos, con nuestra lana.
2013, el año en que los guionistas de las ficciones más terribles escribieron que nuestras ciudades eran marcas que debíamos respetar, que lo único legitimo era ocupar la obediencia, que todo estaba claro, que las leyes eran cumplidas, que las bolsas del supermercado serían de papel, los horarios de las comidas inquebrantables, el orden de los cubiertos en la mesa una legislación vigente, el reciclaje un mantra, la sirena de los recreos una señal puntual para la improvisación provista de sentido. Nos dijeron que todo estaba pensado. Que el sistema sería un sudoku de coches, casas, calendarios, relojes y perros con collares. Y que al final de las ciudades, enormes vaginas darían a la industria el regalo gratuito de la vida. Fue ahí cuando empezamos a cuestionar lo esencialmente violento.
Entonces lo oímos: “Nuestras madres nos enseñaron que la vida es un campo de batalla. La batalla: hacer posible la vida”. Era el ruido de una fiesta en la que se desvelaba el mito, celebrando el derecho colectivo a estar fuera de control. No fue un solo día, ni una sola semana, ni un solo mes. Desde muchos lugares llegaban chasquidos de los huesos y la carne haciéndose monstruo cuando nadie lo esperaba. Dicen que hubo gente asomada a las ventanas. Cuentan que algunos comercios y corporaciones cerraron sus puertas por miedo a la quietud, al sonido de la escucha. Sucedió en un cobijo, dejando al descubierto una detonación cuya onda expansiva hizo volar por los aires el valor de lo que tiene precio y nunca fue pagado.
Y esto fue lo que vimos. Imaginad una multitud girando alrededor de un fuego invisible, imaginad una multitud invisible atravesando un fuego visible. Imaginad a una multitud, que pese a haber sido mutilada, camina, habla, grita, retrocede, se oculta y es ocultada. Imaginad a una multitud que arde en el combate de la vida. Dicen que entonces los vieron por primera vez y que tras ellos se erigía un escudo que los hacía invencibles. Eran: LOS VULNERABLES
LOS VULNERABLES
#COPYLOVE
15 Festival ZEMOS98 (8-14 abril 2013. Sevilla)
Este texto tiene palabras y frases robadas a Carolina León, Rubén Martínez, Silvia Nanclares, Inwit, Victor Hugo, Marina Garcés, Efrén Álvarez, William Gibson y Txelu Balboa.